lunes, 19 de noviembre de 2007

A fines de octubre, las más influyentes agencias noticiosas difundieron la mala nueva del asesinato a tiros de Snowy, el último ejemplar de ciervo blanco, no sólo en Inglaterra sino en el mundo entero.

Según los periódicos, un grupo de cazadores abatió al hermoso animal, para decapitarlo y ofrecer su cabeza a algún coleccionista, por unos miles de euros. El resto del cuerpo fue abandonado en el lugar de la macabra faena.

Por increíble que parezca, todo indica que este inefable crimen contra la vida quedará impune. Las leyes británicas permiten la caza de cualquier venado hasta el fin de la temporada, en abril, sin considerar el extremo riesgo de extinción que afectaba al ciervo blanco.

No se necesita una inteligencia superdotada, para concluir que estamos ante una ignominia lesiva para toda la fauna que aún queda en el planeta –no sólo para una especie en concreto–, cuya comisión mancha de sangre y de infamia a todo el género humano.

Por si tan tremenda atrocidad no bastara, resulta que la inmolación de Snowy fractura un universo mítico, vinculado con la figura del ciervo blanco. Tal vez estemos ante la victoria definitiva del materialismo más ramplón e inmediatista sobre el animal sagrado y toda la poética y la simbólica que ha alentado durante siglos.

Las ambiciones más bajas, el afán de dominio y los apetitos más estúpidos y destructivos son inherentes al ser humano. Pero alguien tiene que demostrar que también lo es el respeto a la vida en todas sus expresiones. Alguien tiene que hacer algo, para evidenciar que la voluntad de congeniar con la vitalidad y la riqueza del mundo es más fuerte que el instinto de aniquilar lo que en él hay de más valioso.

Pensamos que ese “alguien” incluye a los poetas.

Un grupo de poetas mexicanos escribirá especialmente poemas sobre este tema y serán publicados en este blog.